-No tengo nada que decir.
Esas fueran las únicas palabras que pronunció. Después de un año completo, después de 365 días seguidos, su única reflexión, la única frase que ha dicho tras valorar los aciertos y los errores, las cosas buenas y malas que ha acumulado, ha sido “no tengo nada que decir”.
Se acerca el final, en breves horas se va y ya para encontrarme con él, tendré que remover en mi memoria y seleccionar los momentos como las escenas de una película en mi reproductor de dvd, sin más. Dura poco, apenas unas horas, pero es el único instante en el que se le puede hablar mirándole a los ojos, viéndole desnudo al completo y sin que se guarde un as en la manga. Es la única vez que puedes sentarte a su lado y hablarle de tú a tú.
Tras sus palabras se hizo un largo silencio que parecía eterno y a decir verdad, en un principio esperaba más. Fijé mi mirada en él buscando una respuesta más ingeniosa que la dada, pero fue entonces, cuando le miré de arriba abajo, o quizás y mejor dicho, cuando le miré de enero a diciembre, cuando comprendí todo.
Estaba agobiado y cansado, demasiado cansado. Se nota que le pesan ya los días, pero no es para menos. Me ha recordado la catástrofe de Fukushima, las inundaciones de Tailandia, los conflictos de Oriente o las heridas que se reabren con los aniversarios de fechas mundialmente conocidas.
En un ámbito más cercano me ha enseñado, entre otras cosas, los cinco millones de parados de España, el 15-M, el fin de ETA pero no su entrega de armas, la corrupción y un goteo de dramas y penumbras que desolarían a cualquiera.
Quiero decirle que se anime, que no todo ha sido malo, pero no me sale...Tengo que ser sincera con él, quisiera que no se fuera con este mal sabor de boca, pero en general y como ciudadana, siento que ha sido un año complicado y merece saberlo, aunque a juzgar por su aspecto y las ganas de muchos de pasar página, ya lo intuye.
Entonces le cambio de tema. Pienso que para una vez que voy a estar con él, no le voy a machacar constantemente, porque estoy segura de que hoy lo ha escuchado ya más de una vez.
Le hablo de mí, no por animarle ni mucho menos, sólo porque quiero ser justa. Le cuento que a nivel personal mi balance es positivo y que, una vez más, he vuelto a aprender. Que tengo la certeza de que no soy la única y que, aunque se vaya silencioso, a oscuras y con la mirada baja, la ilusión es lo último que vamos a perder.