domingo, 6 de marzo de 2011

Crónica de un viaje ya vivido

Punta Cana. No hay dos palabras que puedan resumir mejor la esencia de un viaje de estudios, los nueve días y siete noches que anuncia el inicio del fin de una etapa que probablemente se recuerde como una de las mejores épocas de tu vida.

Allí se quedó algo de mí. Carcajadas que aún resuenan en mi memoria, cientos de neuronas que asesiné a golpe de ron y quedaron esparcidas en el Océano Atlántico y la promesa de volver a aquel mágico lugar.

Descubrí que era posible tener agujetas después de bailar horas. Que beber desde las ocho de la mañana tampoco sabe tan mal unos días. Que tenemos un concepto poco veraz acerca de la música que traen los países latinos. Que la gente es maravillosa y feliz con nada. Que me sienta genial comer buffet todos los días y que amo la playa por encima de muchas cosas.

Que bañarme con mis amigas después de una fiesta puede ser algo inolvidable. Que el hipocondríaco se olvida un poco de su salud. Que el que se propone disfrutar en todos los campos, lo consigue. Que el que no aprecia el placer de la comida, siempre comerá mal. Que los “yo nunca” después de la segunda copa se sueltan sin más. Que lo que no escribo queda entre las palmeras y nosotros.

Punta Cana se vive a ritmo de bachata con vaso en mano y acompañada de amigos dispuestos a amortizar cada céntimo que has desembolsado en esa ansiada semana. El tiempo es oro y ése oro se traduce en noches de locura, atardeceres de ensueño, moreno envidiable y un millón de anécdotas que vivir.

La vida con una pulserita en la muñeca se ve diferente y Punta Cana 2010 fue la prueba de ello.

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