domingo, 13 de marzo de 2011

Ortografía

Escribir es algo que no requiere de mucha habilidad. Saber las normas básicas y dejar que las manos vayan creando algo tampoco tiene mucha ciencia. Otra cosa es la calidad de lo escrito, es decir, si merece la pena o no, si realmente te llega algo a pesar de tener una excelente ortografía.

Pero de qué sirve saber escribir tan bien si las palabras están vacías. De qué vale que escribas de manera correcta tus esdrújulas si tu texto lo único que hace ver son llanas y agudas. No se pueden llamar erratas a aquellos errores que proceden de otro lado.

El sujeto tiene que tener concordancia con el predicado, la ortografía debe revisarse, los dobles espacios tienen que omitirse y, sobre todo, hay que leer en voz alta porque se escribe para alguien y debes cuidarte de transmitir exactamente lo que desees.

A una buena entradilla le sigue una trama enriquecida con las ideas claras que culminan con un final acertado y que sepa llegar en el momento justo. Ni antes ni después. La ecuación de todo ello conseguirá que te lean hasta el final.

Cuando creas que todo está a punto, publícalo. Si todo ha sido cuidado de verdad, el éxito está asegurado. Pero si aún creyendo que estaba apto, aquel que te lee sigue sin creer en tu texto, si falta algo que le haga continuar después del tercer renglón, entonces algo está fallando y no obtendrás la fidelidad de ese lector.

Revisa una y otra vez tus puntos, seguro que te saltaste algo por algún despiste o distracción. Deja que la mente se abra a posibles cambios de estructuras y presta mucha atención a lo que lees y escuchas porque, quizás, lo que sucedió es que tú querías que leyeran poesía cuando no dejabas de mostrar unas pobres letras, sin más.

domingo, 6 de marzo de 2011

Crónica de un viaje ya vivido

Punta Cana. No hay dos palabras que puedan resumir mejor la esencia de un viaje de estudios, los nueve días y siete noches que anuncia el inicio del fin de una etapa que probablemente se recuerde como una de las mejores épocas de tu vida.

Allí se quedó algo de mí. Carcajadas que aún resuenan en mi memoria, cientos de neuronas que asesiné a golpe de ron y quedaron esparcidas en el Océano Atlántico y la promesa de volver a aquel mágico lugar.

Descubrí que era posible tener agujetas después de bailar horas. Que beber desde las ocho de la mañana tampoco sabe tan mal unos días. Que tenemos un concepto poco veraz acerca de la música que traen los países latinos. Que la gente es maravillosa y feliz con nada. Que me sienta genial comer buffet todos los días y que amo la playa por encima de muchas cosas.

Que bañarme con mis amigas después de una fiesta puede ser algo inolvidable. Que el hipocondríaco se olvida un poco de su salud. Que el que se propone disfrutar en todos los campos, lo consigue. Que el que no aprecia el placer de la comida, siempre comerá mal. Que los “yo nunca” después de la segunda copa se sueltan sin más. Que lo que no escribo queda entre las palmeras y nosotros.

Punta Cana se vive a ritmo de bachata con vaso en mano y acompañada de amigos dispuestos a amortizar cada céntimo que has desembolsado en esa ansiada semana. El tiempo es oro y ése oro se traduce en noches de locura, atardeceres de ensueño, moreno envidiable y un millón de anécdotas que vivir.

La vida con una pulserita en la muñeca se ve diferente y Punta Cana 2010 fue la prueba de ello.