Vale, lo admito.
En los últimos años se ha reactivado
una tendencia en España que se daba por impensable, la llamada
inmigración, y con mas inri, porque antes se iba cualquiera y ahora
se va cualquiera acompañado del mejor. Pero olvidar que uno de los
principales motivos que mueven a una persona para cambiar de ciudad o
país ha sido y es el amor, me parece un insulto para todas aquellas
personas que hemos nacido de aquello de “lo dejé todo por...”.
El amor. Suena algo idílico y tiene
ciertos tintes que recuerdan a cualquier drama peliculero, pero es
real y la prueba mas cercana que tengo se repite generación tras
generación en mi árbol genealógico, todos casados con personas de
diferentes países que, o bien se han venido ellos o los míos se han
marchado a otro lugar.
Irte para prosperar y labrar un futuro
mejor está altamente relacionado con la situación sentimental que
tengas en ese momento y negarlo no tiene sentido. Si tu pareja está
fuera, tus razones por las que marchar serán proporcionales a tus
ganas y más de lo mismo cuando no existe ningún sujeto de por
medio.
El problema está cuando uno de los dos
se va y el otro se queda. En ese momento son muchos los que toman la
decisión de marchar, pero tener la madurez suficiente para afrontar
esa nueva situación que contempla la pareja es todo un reto.
Ando en una edad en la que cualquier
relación se puede convertir sin darte cuenta en algo importante que
supera a aquellos maravillosos años en los que tu novio de turno te
llevaba en moto para dejarte en casa y dan paso a que sea en
tu compañero de convivencia con el que duermes bajo el mismo techo.
No es mi caso, pero lo empiezo a ver a mi alrededor e incluso a 6.000
kilómetros de mi y me sorprende comprobar que pase el tiempo que
pase, los motivos siguen ahí, intactos, para que la gente los
descubra y se lancen a esa aventura.
No hay nada nuevo en mis palabras, es
algo que sucede desde antaño, pero a pesar de estar en un momento tan
complejo, en el que un trabajo marca la diferencia entre sobrevivir o
no, en el que marchar o quedarte condiciona tu vida de manera
contundente, ya sea para bien o para mal, el corazón tiene un peso
fundamental en el veredicto final de tu decisión.
He visto a gente volver de otro
continente por no soportar una ruptura y reinventar de nuevo una
vida, también conozco casos completamente diferentes como el de no
entender muy bien hacia dónde ir y de repente aparecer él, marchar
a su ciudad y cambiar de hábitos y vida, para convertirse poco a
poco en alguien de mucho provecho. Aun así, existen casos contrarios
a ambos en el que no tener claro el ir o el que vengan ha dejado en
el aire la idea de qué pudo y no fue.
Son tiempos difíciles, lo sé, y es
imposible vivir al margen de ello porque sería no mirar de frente a
la situación, pero me maravilla saber que aún nos preocupan los
sentimientos y que valoramos lo que nos dicta el corazón.
Reconocer lo que puede ser mejor para
cada persona en un momento y tener la determinación de asumirlo es
algo extraordinario que no todo el mundo ve con facilidad, pero dejar
que las emociones tengan voz y voto en algunos de nuestros actos me
parece lo mas humano y natural de una sociedad marcada cada vez más
por las frivolidades y el materialismo.