Escribir es algo que no requiere de mucha habilidad. Saber las normas básicas y dejar que las manos vayan creando algo tampoco tiene mucha ciencia. Otra cosa es la calidad de lo escrito, es decir, si merece la pena o no, si realmente te llega algo a pesar de tener una excelente ortografía.
Pero de qué sirve saber escribir tan bien si las palabras están vacías. De qué vale que escribas de manera correcta tus esdrújulas si tu texto lo único que hace ver son llanas y agudas. No se pueden llamar erratas a aquellos errores que proceden de otro lado.
El sujeto tiene que tener concordancia con el predicado, la ortografía debe revisarse, los dobles espacios tienen que omitirse y, sobre todo, hay que leer en voz alta porque se escribe para alguien y debes cuidarte de transmitir exactamente lo que desees.
A una buena entradilla le sigue una trama enriquecida con las ideas claras que culminan con un final acertado y que sepa llegar en el momento justo. Ni antes ni después. La ecuación de todo ello conseguirá que te lean hasta el final.
Cuando creas que todo está a punto, publícalo. Si todo ha sido cuidado de verdad, el éxito está asegurado. Pero si aún creyendo que estaba apto, aquel que te lee sigue sin creer en tu texto, si falta algo que le haga continuar después del tercer renglón, entonces algo está fallando y no obtendrás la fidelidad de ese lector.
Revisa una y otra vez tus puntos, seguro que te saltaste algo por algún despiste o distracción. Deja que la mente se abra a posibles cambios de estructuras y presta mucha atención a lo que lees y escuchas porque, quizás, lo que sucedió es que tú querías que leyeran poesía cuando no dejabas de mostrar unas pobres letras, sin más.