Debería haber estado nerviosa, inquieta o al menos con un pequeño nudo en el estómago que me advirtiera del cambio que en cuestión de horas iba a experimentar. Pensaba que la noche previa al “gran día” me sentiría como un niño en vísperas de Reyes. Los supuestos en este tipo de experiencias no son válidos. Los testimonios de quienes ya lo han vivido tampoco.
Montar en el vuelo VY 8368 con destino a Amsterdam me ha llenado de paz y tranquilidad. Como el manto blanco que cubre el cielo yo voy en una nube y aunque me aleje de mi paraíso particular, tengo la certeza de que poco a poco todo irá bien.
A mi lado se ha sentado una joven, probablemente de origen nórdico, que permaneció ajena al grupo de españoles que se encontraban en la parte posterior. Se nota que está acostumbrada a viajar- he pensado para mí- ellos en cambio me dio de que iban a pasar unos días de lujuria y desenfreno. Un viaje de amigos. Una experiencia única e inolvidable. Sus cánticos y premoniciones acerca de las hazañas que les esperaban me han acompañado todo el vuelo.
De la zona de atrás del avión no he visto nada. Tan solo me ha parecido que la persona que se ha sentado en el asiento trasero al mío no debía de ir muy cómoda o quizás era demasiado grande para el espacio que disponía, ya que los golpes que he recibido durante el trayecto en la zona lumbar me han hecho deducir algo así.
A pesar de todo ello, se que desde ahora el frío será mi fiel compañero, el inglés y holandés, mis primeros idiomas, los míos, mas míos que nunca y el buen clima y la dieta mediterránea el mayor de los deseos. Aun así, éste era mi momento para realizar algo así.